martes, 14 de julio de 2009

La teoría del valor de Marx

Tal vez lo primero que deberíamos decir acerca de la teoría del valor de Marx es que no es la misma que la de David Ricardo. La gente a menudo las confunde. Ricardo sostenía que el valor de una mercancía en un sistema de mercado puede ser calculada en términos de “horas-hombre” invertidas en su elaboración, y que entonces debería ser posible en teoría calcular precisamente cuanto tiempo trabajó cuanta gente en el proceso de hacerla (y, se supone, en extraer las materias primas, transportarlas de un lugar a otro, etc.) En realidad, Marx sentía que el enfoque de Ricardo no era adecuado. Lo que hace único al capitalismo, mantenía, es que es el único sistema en que hasta el trabajo (la capacidad de un ser humano de transformar el mundo, sus poderes de creatividad física y mental) pueda ser comprado y vendido. Después de todo, cuando un patrón emplea a trabajadores, habitualmente no les paga por la tarea cumplida; les paga por la hora, de este modo comprando su habilidad de hacer lo que sea que éste les diga en ese período de tiempo. Por lo tanto, en una economía basada en el trabajo asalariado (o jornal), en la cual la mayor parte de la gente tiene que vender su capacidad de trabajar de esta manera, se pueden hacer cálculos que resultarían imposibles en una sociedad no capitalista: o sea, estudiar la cantidad de trabajo invertido en un objeto particular como una proporción específica de la cantidad total de trabajo en el sistema entero. Esto sería su valor.

El concepto tiene mucho mejor sentido si tomamos cuenta de que la teoría del valor de Marx no visaba a ser una teoría de precios. Marx no estaba tan interesado en elaborar un modelo que pudiera predecir las fluctuaciones de los precios, comprender los mecanismos de costeo, ni nada más por el estilo. Casi todos los demás economistas si lo han estado, ya que finalmente están tratando de desarrollar algo de utilidad dentro de un sistema de mercado. Marx, en cambio, desarrollaba algo que fuera de utilidad para aquellos intentando derrocar tal sistema. Entonces, de ningún modo asumía que el precio que se pagaba por algo fuera una indicación certera de su valor. Sería mejor, entonces, de pensar la palabra “valor” como significando algo más cercano a “importancia.” Imagine un gráfico circular, representando la economía de los EE.UU. Si llegáramos a determinar que la economía estadounidense devota, digamos, 19 por ciento de su PIB a la salud, 16 por ciento a la industria automotriz, 7 por ciento a la televisión y a Hollywood, y 0,2 por ciento a las artes finas, podríamos decir que esta es la medida de cuán importantes son para nosotros estos ámbitos como sociedad. Marx propone que simplemente sustituyamos el trabajo como una mejor medida: si los americanos pasan 7 por ciento de sus energías creativas en un año cualquiera produciendo automóviles, esta es en el fondo la medida de cuán importante es para nosotros tener carros. Podemos entonces extender este argumento: si los americanos han gastado, digamos, 0,000000000007 por ciento, o una fracción similarmente infinitésima de sus energías creativas en un dado año en este carro, entonces eso representa su valor. Esto es básicamente el argumento de Marx, salvo que hablaba de un sistema total de mercado, que en adelante superaría los límites de cualquier economía nacional para incluir el mundo entero.

Como una primera aproximación entonces, podemos decir que el valor que tiene un determinado producto (o, de hecho, institución) es la proporción de las energías creativas de la sociedad que emplea en su producción y mantenimiento. Si una medida objetiva fuese posible, sería algo como eso. Pero, obviamente, esto nunca puede ser una medida precisa. “Energías creativas,” como sea que uno las defina, no son el tipo de cosa que se pueda cuantificar. La única razón que Marx pensaba que podríamos hacer tales cálculos –tan aproximados que fueran– dentro de un sistema capitalista era a causa de la existencia de un mercado del trabajo.

Para que el trabajo (en efecto, las capacidades humanas para la acción, ya que lo que le estas vendiendo a tu patrón es tu capacidad de trabajar) sea comprado y vendido, tendría que haber un sistema para calcular su precio. Esto en consecuencia implicaba un aparato cultural elaborado, incluyendo tarjetas de registro horario, relojes para marcar presencia, y cheques semanales o por quincenas, sin nombrar las normas reconocidas sobre el ritmo e intensidad del trabajo que se esperaran de una tarea particular (a la gente rara vez, incluso en las condiciones más explotadoras, se les exige que trabajen hasta los límites absolutos de sus capacidades físicas y mentales), lo que le permite a Marx de referirse al “trabajo socialmente necesario.” Existen entonces criterios culturales a través de los cuales el trabajo puede reducirse a unidades de tiempo, que luego se pueden contar, sumar, y comparar. Es importante subrayar que el aparato a través del cual esto se logra es tanto material como simbólico: tiene que haber relojes reales para físicamente presionar la hora de llegada, pero también, medios simbólicos de representación, como lo son el dinero y las horas.

Por supuesto, incluso cuando la mayoría de la gente son empleados asalariados, resulta que no toda la creatividad reside en el mercado. Incluso en nuestra sociedad viciada por el mercado, hay toda clase de ámbitos –desde el trabajo de hogar hasta los pasatiempos, la acción política o proyectos personales de cualquier tipo– donde no existe un tal aparato homogeneizador. Pero tal vez no sea una casualidad que es precisamente aquí que uno escucha hablar de “valores” en el sentido plural: valores familiares, virtudes religiosas, el valor estético del arte, etc. Donde no hay un sistema único de valor, lo que nos queda son toda una serie de sistemas heterogéneos y dispersos.

¿Qué hacer entonces donde no existe ningún mercado basado en el trabajo; o ninguno que sea especialmente importante? ¿Ocurre lo mismo? O sea, ¿es posible aplicar algo que se parezca al análisis de valor de Marx a la gran mayoría de sociedades humanas –o a cualquiera que haya existido antes del siglo XVIII? Para los antropólogos (o, de hecho, todos aquellos a quien les gustaría pensar una alternativa al capitalismo) esta es evidentemente una de las más importantes preguntas.


Texto extraído de Towards an Anthropological Theory of Value ("Hacia una Teoría Antropológica del Valor"), de David Graeber. pp. 54-56. Traducción de George Azariah-Moreno.

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